Para buscar una significación a las diversas formas en que se ha desenvuelto en el tiempo nuestra comunidad mundaquesa, nada mejor que prestar atención a los pequeños detalles de su vida y a sus actos habituales.
Historia
Mundakako Atorrak
De toda esta gama de actividades sólo algunas se muestran como manifestaciones perdurables durante siglos y una de las pocas son los Aratustes, que sin género de duda representan en Mundaca una de las expresiones populares más personalizadas.
Sin embargo, no es posible remontarse en los últimos tiempos para tratar de indagar sus orígenes, ya que no es historia lo que se investiga, sino más bien un costumbrismo que brota de nuestro subsuelo, de allí donde apenas se han dejado de sentir las influencias sociales.
Un buen Manduques, rememorando recientemente los Aratustes de hace cuarenta años señalaba: “Hemos conocido Marraus que irrumpían en la plaza al igual que hunos, cubiertos con pies de oveja, las cuáles iban sobrepuestas a un ropaje confeccionado con sacos y trapos y haciendo sonar las ristras de campanillas usadas por los bueyes en días festivos’, y añadía con ironía ‘Se trataría de costumbres ancestrales de los autrigones o caristios o bien de algunas fiestas báquicas?’
Esa antigüedad relativa se hace constar ya hace ciento treinta años en un acta de nuestro ayuntamiento cuando dice: ‘Al jefe político de Vizcaya: Es llegado el tiempo ya que, por costumbre inconcusa e inmemorial, usan en este pueblo vestirse de máscara los días de Candelaria, Carnestolendas y algunos otros domingos y festividades. Por lo mismo, acudo a su superioridad, a fin de que, si a bien tiene, se permitan estas diversiones. Alcalde: Eusebio de Uribe.
Dicho señor fue alcalde de Mundaca en el año 1841, y posteriormente en 1844. Y si en dicha época era el Aratuste costumbre inconcusa e inmemorial, ¿Ha cuando nos remontaríamos para fijarla en los años?
Otro acuerdo aún anterior, adoptado por el Fiel Regidor -denominación que precedió a la de Alcalde- y que parece corresponder a la época de esplendor del Aratustie en Mundaca, señalaba la prohibición, bajo pena de 15 días de cárcel y multa de trescientos maravedíes, el que nadie salga enmascarado los días de San Juan y San Pedro, en tanto no se acaben de cantar Vísperas, añadiendo a su vez que no se permitiría a quien no se disfrace el entrometerse o inquietar de palabra o de obra a quienes vayan enmascarados.
Tanto la saya como la capa de los hombres debían ser de Kirru muy usado, y el Marrau que se preciara de ello no podía omitir este extremo. Salvo señalar que la careta era un ‘almuadazal’ y desde que existe la prohibición de ir con la cara cubierta se dobla el embazo de dicha prenda sobre la cabeza, huelga comentar el resto de la indumentaria, por ser suficientemente conocido.
Vinculada íntimamente al ‘Aratuste’ y como último vestigio de manifestación imperecedera que aún conserva nuestro pueblo, figura la Estudiantina, que si bien poco difiere de las conocidas en cualquier centro universitario, aporta en Mundaca como uniforme tradicional de la Atorra.
Como se ve, actúa este disfraz como eslabón o engarce de nuestra cadena costumbrista, rota entre su origen y nuestros días. Conservemos, por tanto, la Atorra no solo en su sentido material, sino por lo que su simbolismo significa para nosotros.
Y como todo lo que a esta materia de Aratuztes y Estudiantina se refiere es tradicional, no podía dejar de serlo el lugar de ensayo y preparación de las canciones de la Estudiantina: La casa de la Fonda.
Entremezclar diferentes niveles de tiempos o épocas, y más sea dicho, remontarse a los siglos de los adoradores de la luna con pretensión de difundir testimonios fidedignos en materias costumbristas, no cabe duda que es equivocado, al menos por lo que a nuestros Aratustes se refiere. Probablemente simplificaría la cuestión y resultaría más efectivo del haber podido escuchar las narraciones de aquellas nuestras celebridades popularisimas como Katalin Marko, Ventura Mondongo o Malen Gorringo. De seguro que no sería caminar por los flancos y nos permitiría acercarnos más al conocimiento personalista de nuestra fiesta.
Ellas, y como ellas, sus abuelos, entonarían hace cientos de años estribillos muy similares al ‘Urra, José Babi’o al ‘Mari Manú’. Se desconoce quiénes serían José Babi o Mari Manú, y nadie se ha propuesto averiguarlo, pero de seguro que se trataba de dos personas muy populares en el pueblo en la época en que se creó la canción, ya que se observa en Mundaca, y aún en mayor grado en Bermeo, que los regocijos como las tristezas, las mofas y las críticas, al igual que los halagos, se expresaban siempre cantando con morboso gracejo.
El disfraz genuino de Mundaca lo constituía la Atorra. Hace unos años vimos en unos mapas murales de Vizcaya, señalando junto a la denominación de cada pueblo, algunos de sus rasgos peculiares, sorprendiendo a todos el ver que Mundaca figuraba el dibujo de una persona cubierta con el disfraz de la Atorra.
Y un estribillo de hace muchísimos años que no creo que figura en el presente cancionero, decía: ‘Atorras, las que usaban nuestros abuelos. Atorra, es el clásico disfraz, que saliendo de Mundaca en ningún sitio verás’.
La descripción del Atorra es tan conocida, que ha aparecido en ilustraciones recientes. Pero lo que aún no se ha divulgado es el significado de la palabra. Erróneamente a lo que se cree, la Atorra no personifica totalmente al Marrau, pues se trata de tan solo de una de sus prendas de vestir.
La Atorra es la camisa de mujer, en contraposición con la camisa del hombre, que en nuestro idioma de denomina Alkondara. Antiguamente la camisa de mujer se componía de dos piezas: una, que llegaba del cuello a la cintura y se llamaba Zakota o Sama tilla, y otra, que caía ceñida a la cintura, que se conocía con el nombre de Atorra. El conjunto adoptaba el nombre de Atorra-Zakotar o Atorra-Samallak, es decir, la camisa superior-inferior.
Cuántas veces han provisto del disfraz a los rezagados llegados de Bilbao a última hora y, asimismo, a todos los directores del grupo. Y en dicho local sus propietarios, músicos en todo su sentido, atesoraban con cariño ordenado, un año y otro, cuantas guitarras, violines, mandolinas y banjos existían en Mundaca, a la espera del siguiente año de ensayos.
Muchísimas canciones allí compuestas han quedado sepultadas para siempre en el olvido. Algunas de las que se recuerdan van aquí recopiladas, tras la labor, meritoria a todas luces, de quienes desean rememorarlas, por cuanto que la verdadera originalidad no consiste en producir o crear cosas nuevas, sino en presentar de un modo nuevo lo ya conocido.
Finalmente, nunca olvidemos, como buenos mundaqueses, que debajo de esta historia de sucesos fugaces, historia de bullanguería, permanece otra más profunda, que es la que ha construido el perfil de la existencia de nuestro pueblo, al que nos debemos.